La piel que habito

Sáb 01 Oct 2011
por Eduardo Nabal

La piel que habito, por Eduardo Nabal


La piel que habito

La piel que habito es la mejor película de Pedro Almodóvar desde La mala educación. Un cuento gótico lleno de guiños cinéfilos (de Franju al doctor Frankenstein) que, sin embrago, el controvertido realizador ha conseguido hacer suyo alcanzando una abstracción y un refinamiento estético difíciles de superar aunque manteniendo sus constantes: la codicia, la posesión, el amor loco, los celos, el odio, la traición, el rencor y el sexo. La piel que habito es una adaptación libérrima de la novela de Thierry Jonquet Tarántula, en la que el director de Todo sobre mi madre vuelve a enredarnos en un argumento imposible, difícil tomar en serio todo el tiempo, pero que en más de un momento logra llegar a las tripas del espectador gracias a la fuerza que desprende el vigoroso duelo interpretativo entre un hierático y terrorífico Antonio Banderas, como un cirujano enloquecido, y Elena Anaya, la peculiar victima que esconde en ese caserón gallego evocador de los maestros del cine de misterio.


Hay mucho humor o, mejor dicho, mucha ironía en La piel que habito y es probable que su mezcla de goticismo y postmodernidad, sus coqueteos con el melodrama familiar y el cine de horror científico provoquen el rechazo de más de un paladar, pero nuevamente el director subyuga a través de sus formas visuales, su banda sonora y su manera de lograr personajes intensos, y hacer creíble y cercano lo más inverosímil, arremetiendo de paso contra la “clase médica” y sus dispositivos de control como no lo hacía desde Hable con ella. Y tal vez sea este el filme más próximo en sus escenarios al mundo febril, deshumanizado y surrealista en el que luchan sin tregua los protagonistas de La piel que habito. Un trabajo libre que puede verse como una comedia negrísima, una reflexión sobre la materialidad de los cuerpos o como un melodrama romántico con ecos de los clásicos del cine fantástico. Aunque en algunos momentos Elena Anaya parezca superada por las aristas de su personaje, la película está llena de momentos cautivadores donde lo visual y lo narrativo se pelean para goce de los que admiramos la caligrafía a la vez fina y tosca de un director que aquí homenajea a los maestros del género al tiempo que vuelve a cuestionar algunas verdades aceptadas sobre las formas de dominación, sometimiento y las maneras amar de los seres humanos. Un filme que extraño y claustrofóbico que, aunque no convence por igual en todo su metraje, demuestra que la mucha literatura que se ha vertido sobre la obra del director no ha empañado su capacidad de sorprender y anonadar al espectador.


Estamos ante la película más butleriana de un director que se sonríe ante las muchas interpretaciones que se sacan de sus trabajos. Y es que, aunque parezca un milagro, hay sitios cada vez más cercanos donde se estudia su obra, donde se enseña su cine y donde el celuloide actual y las aulas no están reñidos.