«La identidad flamenca, como ficción sensible, es marica pero no solo por su origen sino por su esencia…» y así hasta 165 páginas en las que Fernando López (Madrid, 1990), bailaor, filósofo, y coreógrafo, expone su visión respecto a la sexualidad en el mundo del flamenco. Su libro De puertas para adentro se divide en tres partes: recorrido por figuras fundamentales del cante y el baile flamenco del siglo XX; testimonios de artistas flamencos respecto a la visibilidad de la sexualidad en su trabajo, y finalmente, análisis global del autor. López asegura que no ha querido escribir para crear una revolución pero es innegable que lo ha hecho. Juzguen ustedes. Valiente, al menos, ha sido.


 


-‘De puertas para adentro. Disidencia sexual y disconformidad de género en la tradición flamenca’, ¿está el flamenco preparado para este libro?


-Pues yo creo que el flamenco es una etiqueta que engloba muchos submundos, y creo que hay un submundo donde este libro es recibido con mucha alegría, otros donde está siendo un revulsivo, y otros donde está pasando más desapercibido. El feedback que me ha llegado es que existían dos polos opuestos. Hay mucha gente que me ha dicho: ¡menos mal, ya era hora! porque, efectivamente, bajo tierra hay un ruido de fondo en el que estas cuestiones siguen saliendo y por otro lado, personas a las que les ha parecido algo anacrónico, algo que no se debía contar, o algo que no era necesario porque estamos en el siglo XXI, ¡y todo va bien! Son los que más han tenido una actitud de ataque ante el libro.


-Ese ‘oscurantismo’ del que habla en el libro, ¿perjujdica al desarrollo de este arte como tal?


-Creo que ha perjudicado a los intérpretes tanto en su vida personal como en la artística. También es cierto, que lo que cuento en el libro es que cada persona ha buscado estrategias para salir adelante, estimularse de alguna manera, y crear de manera suficientemente interesante para seguir en los escenarios. Cualquier limitación de libertad es un problema para el desarrollo del arte.


-Todos necesitamos expresarnos, ¿cree que esa prohibición ha ‘favorecido’ a la creatividad artística?, ¿ha habido algo positivo?


-Bueno, es una de las paradojas de las que hablo en mi libro. No es que el flamenco haya sido una cárcel para los bailaores o bailaoras, sino que ellos llegan al baile cuando ya sienten una cierta represión social por no poder ser ellos mismos, y necesitan expresarse y canalizar esa vergüenza, odio, sentimiento de exclusión a través del baile, el arte. Es cierto que cuando llegan a esa forma de expresión, al flamenco, también ven que hay límites y eso es lo curioso y lo paradójico.


-¿Qué límites encontraron?


-En el caso del baile, una distinción entre el del hombre y el de la mujer y el tipo de masculinidad y feminidad que podían poner en escena cuando estaban bailando. Y es que eran unos cuerpos de baile muy diferentes a los que mostraban fuera de los escenarios.


-¿Todo está relacionado con la homosexualidad?, ¿no puede estar relacionado simplemente con una forma de expresión artística?


-La cuestión de la homosexualidad puede ser tratada de diversas maneras. No es solo tener una vida afectiva con una persona del mismo sexo, sino como negocias con esos códigos de género sociales que están muy ligados a la cuestión de la sexualidad. Siempre hay una sospecha de homosexualidad tras la ruptura del código de género aunque no sea real. El tema del rumor, de la acusación vacía es algo que también está detrás, y también hay que tener en cuenta porque ha funcionado históricamente como una barrera invisible para que esas rupturas estéticas pudieran producirse.


-¿Qué análisis hace usted tras este libro?


-Cada cuerpo, cada bailaor que yo he analizado no es homogéneo, es decir, hay cosas que muestra, otras en los que es tremendamente transgresor y otras sumamente tradicional. Siempre se oculta algo para mostrar otras cosas, y viceversa. Lo que yo he aprendido tiene que ver mucho más con el movimiento, con la manera de bailar, más que con la indumentaria: hombres con bata de cola, mujeres de hombre… y qué hay personas a las que les sigue despertando sospechas pero que no resulta tan potente como ver a un cuerpo moverse con pluma por ejemplo, que sigue siendo algo problemático para los espectadores.


-¿Y cómo podemos cambiarlo?


-Yo creo que hay una educación en la mirada, y en libro también cuento que todos estamos habitados por esa clase de esquemas a la hora de manera de mirar los cuerpos, pero también creo que hay una educación y una actitud abierta ante los propios perjuicios. Uno puede ser capaz de reconocer que algo le produce rechazo y analizar de dónde le viene eso.


-Tenemos que aprender a volver a mirar…


-Sí, pero yo creo que eso es constante. Creo que la mirada se cristaliza, se fosiliza muy pronto porque enseguida nos acostumbramos y dejamos que solidifiquen los esquemas que no solo tenemos de forma personal, sino de forma social. Hay que elaborar una actitud crítica constante.


-Este libro ¿quién lo necesitaba más?, ¿el flamenco o usted?


-Yo si he hecho el libro ha sido para mí, no creo que la primera motivación fuera provocar una revolución dentro del flamenco ni nada parecido. Está más relacionado con las investigaciones realizadas en mis actuaciones por otras cuestiones ligadas a una práctica que va más allá del flamenco como el activismo, o la política.


-¿Cuánto de filosofía tiene el flamenco?


-Hay algo muy cercano al existencialismo de principios del siglo XX. Una postura vital de aceptación de lo trágico de la vida, y que se traduce en el baile flamenco muy postural. Se está bailando, cantando y escuchando sentimientos muy tristes incluso negativos, y el cuerpo se mantiene en una actitud de dignidad: aquí estoy, esto es la vida y la enfrento. No me agacho, no me recojo…