Quién es usted para juzgarle

Sáb 26 Dic 2015
por Luis Algorri

Un libro sorprendentehace ver el desconciertodel clero español sobre lahomosexualidad.


Quién es usted para juzgarle

El chico tiene una cara de buena gente
que habría conmovido a una gárgola del
siglo XIII. Además, por si algo faltara, es
muy guapo, lo cual no es indispensable
pero en determinados casos –numerosos
casos– ayuda. El chico, modosito, angelical,
humilde y desde luego con una enorme
carga de sinceridad (no toda, ¿eh?,
no toda), entra en la iglesia, ve a un cura,
pone los ojos que ponía el gato con botas
de Shrek cuando trataba de partirle el corazón
a alguien, y se le acerca.
El diálogo que sigue es, muy resumidamente,
el que sigue. Perdone, padre,
necesito su ayuda. ¿Quieres confesión,
hijo mío? No, no, padre, confesión no,
lo que quiero hacerle es una consulta;
soy creyente, católico romano, estoy en
tribulación y necesito la guía de la Iglesia,
¿puede usted ayudarme? No faltaba
más, hijo mío, para eso estamos; dime,
dime, ¿qué te pasa? Pues verá, padre:
soy, como le digo, católico practicante
hasta donde me lo permite mi tiempo,
amo a Jesús, voy a misa casi cada domingo
y me siento parte comprometida
de la Iglesia, lo mismo que mi pareja.
Muy bien, muy bien, hijo mío, ¿y cuál
es el problema que te aflige? Pues que
mi pareja, el amor grande y generoso y
cristiano y comprometido con Jesús que
al fin he encontrado en esta vida, es un
chico maravilloso; por cierto, mayor que
yo. ¿Qué? ¿Qué? ¿Qué me estás diciendo?
Lo que está usted oyendo, oh padre
generoso y amantísimo, ministro del Señor;
que yo me llamo Sebastián Medina
y que el amor de mi vida se llama Ernesto,
¿qué puedo hacer para que la Iglesia
en la que ambos creemos y a la que los
dos amamos no nos expulse de su seno
como a réprobos?
Atentos a esto, por favor: todo es verdad.
Sebastián es creyente, católico romano,
practicante, y hace esa consulta
con toda sinceridad. Es profesor en un
colegio concertado (es decir, en un colegio
religioso que imparte su catequesis
con subvención del Estado) y se haenamorado de Ernesto. Mejor dicho, no
es que se haya enamorado: es que llevan
varios años juntos y ya comparte con su
chico alma para conquistarle, corazón
para quererle y vida para vivirla junto a
él, porque llevan ya largo tiempo conviviendo
en el mismo domicilio fiscal. Y
ambos, creyentes y andaluces, se sienten
ignorados, postergados, rechazados
y, en no pocos casos, perseguidos por la
Iglesia a la que los dos quieren pertenecer,
porque creen y siempre han formado
parte de ella. La consulta en busca de
una guía espiritual no puede estar, pues,
más justificada.
Sebastián Medina solo oculta, por un
(vamos a decir) cierto respeto humano,
tres cosas. La primera, que no
se llama Sebastián Medina y
que su novio tampoco se llama
Ernesto. La segunda, que está
haciendo la misma consulta
a decenas de curas de Sevilla,
Jerez, Cádiz, Orense, Torremolinos,
Alcalá de Henares, Granada,
Plasencia, Santiago de
Compostela, Vigo, Salamanca,
Cáceres, Madrid y Huelva (El
Rocío); una consulta muy larga
en el tiempo y muy variada,
como ven. Y la tercera, que está
grabando todas y cada una de las conversaciones
con los clérigos. Incluida la última,
la número 37, que se mantiene con
un perfectamente identificable arzobispo
español, que no demuestra –nada nuevo
en él– demasiadas luces.
Esto es lo que hay en un libro que dejará
memoria: ¿Quién soy yo para juzgarlos?,
publicado por Editorial Egales.
El título corresponde a la célebre y revolucionaria
frase que el papa Francisco
soltó sobre los gais en un viaje en avión,
cuando volvía a Roma desde Brasil. El
contenido no es, cuidado con esto, ni
una broma ni mucho menos un delito. Es
una espeluznante fotografía del clero español
de ahora mismo. En un tiempo de
cambio absoluto, con un Papa
decidido a sintonizar el reloj
de la Iglesia con la hora del
siglo XXI, los curas españoles
dan la sensación de estar, en
su gran mayoría, simplemente
aterrorizados. No saben qué
pasa, cómo reaccionar, qué
decir, a qué recurrir, cómo
aconsejar a alguien que llega a
verles y les hace una pregunta
tan sencilla como esta: creo en
Dios, creo en la Iglesia y estoy
seria y largamente enamorado
“vete en paz
y BuenoS DíaS”
Los curas consultados por Sebastián
Medina son de todas las edades y
de varias órdenes y congregaciones
religiosas. Los más jóvenes son más
comprensivos, pero no siempre. Los
jesuitas son más abiertos que los del
Opus Dei, pero no siempre. Y hay
respuestas así, de un octogenario de
Salamanca: “Puaf... Pues yo no sé qué
hacer, así que vamos a encomendarnos
a la Virgen y, en penitencia, un
avemaría y un acto de contrición. Si
quieres te doy la absolución. Vete en
paz y buenos días”.
de una persona de mi mismo sexo. ¿Tienen
ustedes sitio para mí?
Las respuestas son tremendas. La
más frecuente: ya se te pasará, el amor
es pasajero, es mejor que dejes a ese señor
antes de que tengas que sufrir y que
te entregues al amor de Jesús, que no te
fallará. ¿Dirían eso los curas a un chaval
que se enamora de una chica? Otra
respuesta que pone los pelos de punta:
disimula. Si tenéis sexo estáis en pecado
mortal, pero os confesáis los dos antes
de comulgar y así podéis recibir la
Eucaristía; eso lo podéis hacer cuantas
veces haga falta, les llegan a decir. Una
respuesta –hay que decir esto– esperable:
¿y cuántas veces? ¿Y cómo lo hacéis? ¿Te
lo hace él a ti o tú a él? Qué horror, qué
pecado más grande, ¿vendrás a contármelo
la próxima vez? La respuesta tristísima
de un cura nonagenario: vete a la
farmacia y pide que te den un medicamento
que hay para esto, no recuerdo
cómo se llama pero lo dan si lo pides, eso
se cura con medicinas. La inevitable: si
yo te comprendo, pero no podéis tocaros.
Si os queréis como hermanos, si fingís
una amistad aunque haya algo más,
vaya y pase. Pero si os miráis con deseo,
aunque solo sea eso, ya estáis fuera de la
Iglesia, porque pecáis de pensamiento.
Por cierto, ¿nunca te han dicho que eres
una preciosidad?
Este libro tremendo, que se lee con
tanta avidez como lástima por el desconcierto
de un clero muy mal preparado
y completamente desorientado ante
el cambio del nuevo siglo, debería llegar
lo antes posible a la mesita de noche del
papa Francisco. Tengo para mí que lo
que él quiere hacer, que es muchísimo
y trascendental, no puede conseguirse
con estos atribulados mimbres.
Pero lean ustedes el libro y fórmense
su propio criterio.enamorado de Ernesto. Mejor dicho, no
es que se haya enamorado: es que llevan
varios años juntos y ya comparte con su
chico alma para conquistarle, corazón
para quererle y vida para vivirla junto a
él, porque llevan ya largo tiempo conviviendo
en el mismo domicilio fiscal. Y
ambos, creyentes y andaluces, se sienten
ignorados, postergados, rechazados
y, en no pocos casos, perseguidos por la
Iglesia a la que los dos quieren pertenecer,
porque creen y siempre han formado
parte de ella. La consulta en busca de
una guía espiritual no puede estar, pues,
más justificada.
Sebastián Medina solo oculta, por un
(vamos a decir) cierto respeto humano,
tres cosas. La primera, que no
se llama Sebastián Medina y
que su novio tampoco se llama
Ernesto. La segunda, que está
haciendo la misma consulta
a decenas de curas de Sevilla,
Jerez, Cádiz, Orense, Torremolinos,
Alcalá de Henares, Granada,
Plasencia, Santiago de
Compostela, Vigo, Salamanca,
Cáceres, Madrid y Huelva (El
Rocío); una consulta muy larga
en el tiempo y muy variada,
como ven. Y la tercera, que está
grabando todas y cada una de las conversaciones
con los clérigos. Incluida la última,
la número 37, que se mantiene con
un perfectamente identificable arzobispo
español, que no demuestra –nada nuevo
en él– demasiadas luces.
Esto es lo que hay en un libro que dejará
memoria: ¿Quién soy yo para juzgarlos?,
publicado por Editorial Egales.
El título corresponde a la célebre y revolucionaria
frase que el papa Francisco
soltó sobre los gais en un viaje en avión,
cuando volvía a Roma desde Brasil. El
contenido no es, cuidado con esto, ni
una broma ni mucho menos un delito. Es
una espeluznante fotografía del clero español
de ahora mismo. En un tiempo de
cambio absoluto, con un Papa
decidido a sintonizar el reloj
de la Iglesia con la hora del
siglo XXI, los curas españoles
dan la sensación de estar, en
su gran mayoría, simplemente
aterrorizados. No saben qué
pasa, cómo reaccionar, qué
decir, a qué recurrir, cómo
aconsejar a alguien que llega a
verles y les hace una pregunta
tan sencilla como esta: creo en
Dios, creo en la Iglesia y estoy
seria y largamente enamorado
“vete en paz
y BuenoS DíaS”
Los curas consultados por Sebastián
Medina son de todas las edades y
de varias órdenes y congregaciones
religiosas. Los más jóvenes son más
comprensivos, pero no siempre. Los
jesuitas son más abiertos que los del
Opus Dei, pero no siempre. Y hay
respuestas así, de un octogenario de
Salamanca: “Puaf... Pues yo no sé qué
hacer, así que vamos a encomendarnos
a la Virgen y, en penitencia, un
avemaría y un acto de contrición. Si
quieres te doy la absolución. Vete en
paz y buenos días”.
de una persona de mi mismo sexo. ¿Tienen
ustedes sitio para mí?
Las respuestas son tremendas. La
más frecuente: ya se te pasará, el amor
es pasajero, es mejor que dejes a ese señor
antes de que tengas que sufrir y que
te entregues al amor de Jesús, que no te
fallará. ¿Dirían eso los curas a un chaval
que se enamora de una chica? Otra
respuesta que pone los pelos de punta:
disimula. Si tenéis sexo estáis en pecado
mortal, pero os confesáis los dos antes
de comulgar y así podéis recibir la
Eucaristía; eso lo podéis hacer cuantas
veces haga falta, les llegan a decir. Una
respuesta –hay que decir esto– esperable:
¿y cuántas veces? ¿Y cómo lo hacéis? ¿Te
lo hace él a ti o tú a él? Qué horror, qué
pecado más grande, ¿vendrás a contármelo
la próxima vez? La respuesta tristísima
de un cura nonagenario: vete a la
farmacia y pide que te den un medicamento
que hay para esto, no recuerdo
cómo se llama pero lo dan si lo pides, eso
se cura con medicinas. La inevitable: si
yo te comprendo, pero no podéis tocaros.
Si os queréis como hermanos, si fingís
una amistad aunque haya algo más,
vaya y pase. Pero si os miráis con deseo,
aunque solo sea eso, ya estáis fuera de la
Iglesia, porque pecáis de pensamiento.
Por cierto, ¿nunca te han dicho que eres
una preciosidad?
Este libro tremendo, que se lee con
tanta avidez como lástima por el desconcierto
de un clero muy mal preparado
y completamente desorientado ante
el cambio del nuevo siglo, debería llegar
lo antes posible a la mesita de noche del
papa Francisco. Tengo para mí que lo
que él quiere hacer, que es muchísimo
y trascendental, no puede conseguirse
con estos atribulados mimbres.
Pero lean ustedes el libro y fórmense
su propio criterio.enamorado de Ernesto. Mejor dicho, no
es que se haya enamorado: es que llevan
varios años juntos y ya comparte con su
chico alma para conquistarle, corazón
para quererle y vida para vivirla junto a
él, porque llevan ya largo tiempo conviviendo
en el mismo domicilio fiscal. Y
ambos, creyentes y andaluces, se sienten
ignorados, postergados, rechazados
y, en no pocos casos, perseguidos por la
Iglesia a la que los dos quieren pertenecer,
porque creen y siempre han formado
parte de ella. La consulta en busca de
una guía espiritual no puede estar, pues,
más justificada.
Sebastián Medina solo oculta, por un
(vamos a decir) cierto respeto humano,
tres cosas. La primera, que no
se llama Sebastián Medina y
que su novio tampoco se llama
Ernesto. La segunda, que está
haciendo la misma consulta
a decenas de curas de Sevilla,
Jerez, Cádiz, Orense, Torremolinos,
Alcalá de Henares, Granada,
Plasencia, Santiago de
Compostela, Vigo, Salamanca,
Cáceres, Madrid y Huelva (El
Rocío); una consulta muy larga
en el tiempo y muy variada,
como ven. Y la tercera, que está
grabando todas y cada una de las conversaciones
con los clérigos. Incluida la última,
la número 37, que se mantiene con
un perfectamente identificable arzobispo
español, que no demuestra –nada nuevo
en él– demasiadas luces.
Esto es lo que hay en un libro que dejará
memoria: ¿Quién soy yo para juzgarlos?,
publicado por Editorial Egales.
El título corresponde a la célebre y revolucionaria
frase que el papa Francisco
soltó sobre los gais en un viaje en avión,
cuando volvía a Roma desde Brasil. El
contenido no es, cuidado con esto, ni
una broma ni mucho menos un delito. Es
una espeluznante fotografía del clero español
de ahora mismo. En un tiempo de
cambio absoluto, con un Papa
decidido a sintonizar el reloj
de la Iglesia con la hora del
siglo XXI, los curas españoles
dan la sensación de estar, en
su gran mayoría, simplemente
aterrorizados. No saben qué
pasa, cómo reaccionar, qué
decir, a qué recurrir, cómo
aconsejar a alguien que llega a
verles y les hace una pregunta
tan sencilla como esta: creo en
Dios, creo en la Iglesia y estoy
seria y largamente enamorado
“vete en paz
y BuenoS DíaS”
Los curas consultados por Sebastián
Medina son de todas las edades y
de varias órdenes y congregaciones
religiosas. Los más jóvenes son más
comprensivos, pero no siempre. Los
jesuitas son más abiertos que los del
Opus Dei, pero no siempre. Y hay
respuestas así, de un octogenario de
Salamanca: “Puaf... Pues yo no sé qué
hacer, así que vamos a encomendarnos
a la Virgen y, en penitencia, un
avemaría y un acto de contrición. Si
quieres te doy la absolución. Vete en
paz y buenos días”.
de una persona de mi mismo sexo. ¿Tienen
ustedes sitio para mí?
Las respuestas son tremendas. La
más frecuente: ya se te pasará, el amor
es pasajero, es mejor que dejes a ese señor
antes de que tengas que sufrir y que
te entregues al amor de Jesús, que no te
fallará. ¿Dirían eso los curas a un chaval
que se enamora de una chica? Otra
respuesta que pone los pelos de punta:
disimula. Si tenéis sexo estáis en pecado
mortal, pero os confesáis los dos antes
de comulgar y así podéis recibir la
Eucaristía; eso lo podéis hacer cuantas
veces haga falta, les llegan a decir. Una
respuesta –hay que decir esto– esperable:
¿y cuántas veces? ¿Y cómo lo hacéis? ¿Te
lo hace él a ti o tú a él? Qué horror, qué
pecado más grande, ¿vendrás a contármelo
la próxima vez? La respuesta tristísima
de un cura nonagenario: vete a la
farmacia y pide que te den un medicamento
que hay para esto, no recuerdo
cómo se llama pero lo dan si lo pides, eso
se cura con medicinas. La inevitable: si
yo te comprendo, pero no podéis tocaros.
Si os queréis como hermanos, si fingís
una amistad aunque haya algo más,
vaya y pase. Pero si os miráis con deseo,
aunque solo sea eso, ya estáis fuera de la
Iglesia, porque pecáis de pensamiento.
Por cierto, ¿nunca te han dicho que eres
una preciosidad?
Este libro tremendo, que se lee con
tanta avidez como lástima por el desconcierto
de un clero muy mal preparado
y completamente desorientado ante
el cambio del nuevo siglo, debería llegar
lo antes posible a la mesita de noche del
papa Francisco. Tengo para mí que lo
que él quiere hacer, que es muchísimo
y trascendental, no puede conseguirse
con estos atribulados mimbres.
Pero lean ustedes el libro y fórmense
su propio criterio.Es lo mejor que se
puede hacer.

Luis Algorri. Revista TiempoEl chico tiene una cara de buena gente
que habría conmovido a una gárgola del
siglo XIII. Además, por si algo faltara, es
muy guapo, lo cual no es indispensable
pero en determinados casos –numerosos
casos– ayuda. El chico, modosito, angelical,
humilde y desde luego con una enorme
carga de sinceridad (no toda, ¿eh?,
no toda), entra en la iglesia, ve a un cura,
pone los ojos que ponía el gato con botas
de Shrek cuando trataba de partirle el corazón
a alguien, y se le acerca.
El diálogo que sigue es, muy resumidamente,
el que sigue. Perdone, padre,
necesito su ayuda. ¿Quieres confesión,
hijo mío? No, no, padre, confesión no,
lo que quiero hacerle es una consulta;
soy creyente, católico romano, estoy en
tribulación y necesito la guía de la Iglesia,
¿puede usted ayudarme? No faltaba
más, hijo mío, para eso estamos; dime,
dime, ¿qué te pasa? Pues verá, padre:
soy, como le digo, católico practicante
hasta donde me lo permite mi tiempo,
amo a Jesús, voy a misa casi cada domingo
y me siento parte comprometida
de la Iglesia, lo mismo que mi pareja.
Muy bien, muy bien, hijo mío, ¿y cuál
es el problema que te aflige? Pues que
mi pareja, el amor grande y generoso y
cristiano y comprometido con Jesús que
al fin he encontrado en esta vida, es un
chico maravilloso; por cierto, mayor que
yo. ¿Qué? ¿Qué? ¿Qué me estás diciendo?
Lo que está usted oyendo, oh padre
generoso y amantísimo, ministro del Señor;
que yo me llamo Sebastián Medina
y que el amor de mi vida se llama Ernesto,
¿qué puedo hacer para que la Iglesia
en la que ambos creemos y a la que los
dos amamos no nos expulse de su seno
como a réprobos?
Atentos a esto, por favor: todo es verdad.
Sebastián es creyente, católico romano,
practicante, y hace esa consulta
con toda sinceridad. Es profesor en un
colegio concertado (es decir, en un colegio
religioso que imparte su catequesis
con subvención del Estado) y se haenamorado de Ernesto. Mejor dicho, no
es que se haya enamorado: es que llevan
varios años juntos y ya comparte con su
chico alma para conquistarle, corazón
para quererle y vida para vivirla junto a
él, porque llevan ya largo tiempo conviviendo
en el mismo domicilio fiscal. Y
ambos, creyentes y andaluces, se sienten
ignorados, postergados, rechazados
y, en no pocos casos, perseguidos por la
Iglesia a la que los dos quieren pertenecer,
porque creen y siempre han formado
parte de ella. La consulta en busca de
una guía espiritual no puede estar, pues,
más justificada.
Sebastián Medina solo oculta, por un
(vamos a decir) cierto respeto humano,
tres cosas. La primera, que no
se llama Sebastián Medina y
que su novio tampoco se llama
Ernesto. La segunda, que está
haciendo la misma consulta
a decenas de curas de Sevilla,
Jerez, Cádiz, Orense, Torremolinos,
Alcalá de Henares, Granada,
Plasencia, Santiago de
Compostela, Vigo, Salamanca,
Cáceres, Madrid y Huelva (El
Rocío); una consulta muy larga
en el tiempo y muy variada,
como ven. Y la tercera, que está
grabando todas y cada una de las conversaciones
con los clérigos. Incluida la última,
la número 37, que se mantiene con
un perfectamente identificable arzobispo
español, que no demuestra –nada nuevo
en él– demasiadas luces.
Esto es lo que hay en un libro que dejará
memoria: ¿Quién soy yo para juzgarlos?,
publicado por Editorial Egales.
El título corresponde a la célebre y revolucionaria
frase que el papa Francisco
soltó sobre los gais en un viaje en avión,
cuando volvía a Roma desde Brasil. El
contenido no es, cuidado con esto, ni
una broma ni mucho menos un delito. Es
una espeluznante fotografía del clero español
de ahora mismo. En un tiempo de
cambio absoluto, con un Papa
decidido a sintonizar el reloj
de la Iglesia con la hora del
siglo XXI, los curas españoles
dan la sensación de estar, en
su gran mayoría, simplemente
aterrorizados. No saben qué
pasa, cómo reaccionar, qué
decir, a qué recurrir, cómo
aconsejar a alguien que llega a
verles y les hace una pregunta
tan sencilla como esta: creo en
Dios, creo en la Iglesia y estoy
seria y largamente enamorado
“vete en paz
y BuenoS DíaS”
Los curas consultados por Sebastián
Medina son de todas las edades y
de varias órdenes y congregaciones
religiosas. Los más jóvenes son más
comprensivos, pero no siempre. Los
jesuitas son más abiertos que los del
Opus Dei, pero no siempre. Y hay
respuestas así, de un octogenario de
Salamanca: “Puaf... Pues yo no sé qué
hacer, así que vamos a encomendarnos
a la Virgen y, en penitencia, un
avemaría y un acto de contrición. Si
quieres te doy la absolución. Vete en
paz y buenos días”.
de una persona de mi mismo sexo. ¿Tienen
ustedes sitio para mí?
Las respuestas son tremendas. La
más frecuente: ya se te pasará, el amor
es pasajero, es mejor que dejes a ese señor
antes de que tengas que sufrir y que
te entregues al amor de Jesús, que no te
fallará. ¿Dirían eso los curas a un chaval
que se enamora de una chica? Otra
respuesta que pone los pelos de punta:
disimula. Si tenéis sexo estáis en pecado
mortal, pero os confesáis los dos antes
de comulgar y así podéis recibir la
Eucaristía; eso lo podéis hacer cuantas
veces haga falta, les llegan a decir. Una
respuesta –hay que decir esto– esperable:
¿y cuántas veces? ¿Y cómo lo hacéis? ¿Te
lo hace él a ti o tú a él? Qué horror, qué
pecado más grande, ¿vendrás a contármelo
la próxima vez? La respuesta tristísima
de un cura nonagenario: vete a la
farmacia y pide que te den un medicamento
que hay para esto, no recuerdo
cómo se llama pero lo dan si lo pides, eso
se cura con medicinas. La inevitable: si
yo te comprendo, pero no podéis tocaros.
Si os queréis como hermanos, si fingís
una amistad aunque haya algo más,
vaya y pase. Pero si os miráis con deseo,
aunque solo sea eso, ya estáis fuera de la
Iglesia, porque pecáis de pensamiento.
Por cierto, ¿nunca te han dicho que eres
una preciosidad?
Este libro tremendo, que se lee con
tanta avidez como lástima por el desconcierto
de un clero muy mal preparado
y completamente desorientado ante
el cambio del nuevo siglo, debería llegar
lo antes posible a la mesita de noche del
papa Francisco. Tengo para mí que lo
que él quiere hacer, que es muchísimo
y trascendental, no puede conseguirse
con estos atribulados mimbres.
Pero lean ustedes el libro y fórmense
su propio criterio.enamorado de Ernesto. Mejor dicho, no
es que se haya enamorado: es que llevan
varios años juntos y ya comparte con su
chico alma para conquistarle, corazón
para quererle y vida para vivirla junto a
él, porque llevan ya largo tiempo conviviendo
en el mismo domicilio fiscal. Y
ambos, creyentes y andaluces, se sienten
ignorados, postergados, rechazados
y, en no pocos casos, perseguidos por la
Iglesia a la que los dos quieren pertenecer,
porque creen y siempre han formado
parte de ella. La consulta en busca de
una guía espiritual no puede estar, pues,
más justificada.
Sebastián Medina solo oculta, por un
(vamos a decir) cierto respeto humano,
tres cosas. La primera, que no
se llama Sebastián Medina y
que su novio tampoco se llama
Ernesto. La segunda, que está
haciendo la misma consulta
a decenas de curas de Sevilla,
Jerez, Cádiz, Orense, Torremolinos,
Alcalá de Henares, Granada,
Plasencia, Santiago de
Compostela, Vigo, Salamanca,
Cáceres, Madrid y Huelva (El
Rocío); una consulta muy larga
en el tiempo y muy variada,
como ven. Y la tercera, que está
grabando todas y cada una de las conversaciones
con los clérigos. Incluida la última,
la número 37, que se mantiene con
un perfectamente identificable arzobispo
español, que no demuestra –nada nuevo
en él– demasiadas luces.
Esto es lo que hay en un libro que dejará
memoria: ¿Quién soy yo para juzgarlos?,
publicado por Editorial Egales.
El título corresponde a la célebre y revolucionaria
frase que el papa Francisco
soltó sobre los gais en un viaje en avión,
cuando volvía a Roma desde Brasil. El
contenido no es, cuidado con esto, ni
una broma ni mucho menos un delito. Es
una espeluznante fotografía del clero español
de ahora mismo. En un tiempo de
cambio absoluto, con un Papa
decidido a sintonizar el reloj
de la Iglesia con la hora del
siglo XXI, los curas españoles
dan la sensación de estar, en
su gran mayoría, simplemente
aterrorizados. No saben qué
pasa, cómo reaccionar, qué
decir, a qué recurrir, cómo
aconsejar a alguien que llega a
verles y les hace una pregunta
tan sencilla como esta: creo en
Dios, creo en la Iglesia y estoy
seria y largamente enamorado
“vete en paz
y BuenoS DíaS”
Los curas consultados por Sebastián
Medina son de todas las edades y
de varias órdenes y congregaciones
religiosas. Los más jóvenes son más
comprensivos, pero no siempre. Los
jesuitas son más abiertos que los del
Opus Dei, pero no siempre. Y hay
respuestas así, de un octogenario de
Salamanca: “Puaf... Pues yo no sé qué
hacer, así que vamos a encomendarnos
a la Virgen y, en penitencia, un
avemaría y un acto de contrición. Si
quieres te doy la absolución. Vete en
paz y buenos días”.
de una persona de mi mismo sexo. ¿Tienen
ustedes sitio para mí?
Las respuestas son tremendas. La
más frecuente: ya se te pasará, el amor
es pasajero, es mejor que dejes a ese señor
antes de que tengas que sufrir y que
te entregues al amor de Jesús, que no te
fallará. ¿Dirían eso los curas a un chaval
que se enamora de una chica? Otra
respuesta que pone los pelos de punta:
disimula. Si tenéis sexo estáis en pecado
mortal, pero os confesáis los dos antes
de comulgar y así podéis recibir la
Eucaristía; eso lo podéis hacer cuantas
veces haga falta, les llegan a decir. Una
respuesta –hay que decir esto– esperable:
¿y cuántas veces? ¿Y cómo lo hacéis? ¿Te
lo hace él a ti o tú a él? Qué horror, qué
pecado más grande, ¿vendrás a contármelo
la próxima vez? La respuesta tristísima
de un cura nonagenario: vete a la
farmacia y pide que te den un medicamento
que hay para esto, no recuerdo
cómo se llama pero lo dan si lo pides, eso
se cura con medicinas. La inevitable: si
yo te comprendo, pero no podéis tocaros.
Si os queréis como hermanos, si fingís
una amistad aunque haya algo más,
vaya y pase. Pero si os miráis con deseo,
aunque solo sea eso, ya estáis fuera de la
Iglesia, porque pecáis de pensamiento.
Por cierto, ¿nunca te han dicho que eres
una preciosidad?
Este libro tremendo, que se lee con
tanta avidez como lástima por el desconcierto
de un clero muy mal preparado
y completamente desorientado ante
el cambio del nuevo siglo, debería llegar
lo antes posible a la mesita de noche del
papa Francisco. Tengo para mí que lo
que él quiere hacer, que es muchísimo
y trascendental, no puede conseguirse
con estos atribulados mimbres.
Pero lean ustedes el libro y fórmense
su propio criterio.enamorado de Ernesto. Mejor dicho, no
es que se haya enamorado: es que llevan
varios años juntos y ya comparte con su
chico alma para conquistarle, corazón
para quererle y vida para vivirla junto a
él, porque llevan ya largo tiempo conviviendo
en el mismo domicilio fiscal. Y
ambos, creyentes y andaluces, se sienten
ignorados, postergados, rechazados
y, en no pocos casos, perseguidos por la
Iglesia a la que los dos quieren pertenecer,
porque creen y siempre han formado
parte de ella. La consulta en busca de
una guía espiritual no puede estar, pues,
más justificada.
Sebastián Medina solo oculta, por un
(vamos a decir) cierto respeto humano,
tres cosas. La primera, que no
se llama Sebastián Medina y
que su novio tampoco se llama
Ernesto. La segunda, que está
haciendo la misma consulta
a decenas de curas de Sevilla,
Jerez, Cádiz, Orense, Torremolinos,
Alcalá de Henares, Granada,
Plasencia, Santiago de
Compostela, Vigo, Salamanca,
Cáceres, Madrid y Huelva (El
Rocío); una consulta muy larga
en el tiempo y muy variada,
como ven. Y la tercera, que está
grabando todas y cada una de las conversaciones
con los clérigos. Incluida la última,
la número 37, que se mantiene con
un perfectamente identificable arzobispo
español, que no demuestra –nada nuevo
en él– demasiadas luces.
Esto es lo que hay en un libro que dejará
memoria: ¿Quién soy yo para juzgarlos?,
publicado por Editorial Egales.
El título corresponde a la célebre y revolucionaria
frase que el papa Francisco
soltó sobre los gais en un viaje en avión,
cuando volvía a Roma desde Brasil. El
contenido no es, cuidado con esto, ni
una broma ni mucho menos un delito. Es
una espeluznante fotografía del clero español
de ahora mismo. En un tiempo de
cambio absoluto, con un Papa
decidido a sintonizar el reloj
de la Iglesia con la hora del
siglo XXI, los curas españoles
dan la sensación de estar, en
su gran mayoría, simplemente
aterrorizados. No saben qué
pasa, cómo reaccionar, qué
decir, a qué recurrir, cómo
aconsejar a alguien que llega a
verles y les hace una pregunta
tan sencilla como esta: creo en
Dios, creo en la Iglesia y estoy
seria y largamente enamorado
“vete en paz
y BuenoS DíaS”
Los curas consultados por Sebastián
Medina son de todas las edades y
de varias órdenes y congregaciones
religiosas. Los más jóvenes son más
comprensivos, pero no siempre. Los
jesuitas son más abiertos que los del
Opus Dei, pero no siempre. Y hay
respuestas así, de un octogenario de
Salamanca: “Puaf... Pues yo no sé qué
hacer, así que vamos a encomendarnos
a la Virgen y, en penitencia, un
avemaría y un acto de contrición. Si
quieres te doy la absolución. Vete en
paz y buenos días”.
de una persona de mi mismo sexo. ¿Tienen
ustedes sitio para mí?
Las respuestas son tremendas. La
más frecuente: ya se te pasará, el amor
es pasajero, es mejor que dejes a ese señor
antes de que tengas que sufrir y que
te entregues al amor de Jesús, que no te
fallará. ¿Dirían eso los curas a un chaval
que se enamora de una chica? Otra
respuesta que pone los pelos de punta:
disimula. Si tenéis sexo estáis en pecado
mortal, pero os confesáis los dos antes
de comulgar y así podéis recibir la
Eucaristía; eso lo podéis hacer cuantas
veces haga falta, les llegan a decir. Una
respuesta –hay que decir esto– esperable:
¿y cuántas veces? ¿Y cómo lo hacéis? ¿Te
lo hace él a ti o tú a él? Qué horror, qué
pecado más grande, ¿vendrás a contármelo
la próxima vez? La respuesta tristísima
de un cura nonagenario: vete a la
farmacia y pide que te den un medicamento
que hay para esto, no recuerdo
cómo se llama pero lo dan si lo pides, eso
se cura con medicinas. La inevitable: si
yo te comprendo, pero no podéis tocaros.
Si os queréis como hermanos, si fingís
una amistad aunque haya algo más,
vaya y pase. Pero si os miráis con deseo,
aunque solo sea eso, ya estáis fuera de la
Iglesia, porque pecáis de pensamiento.
Por cierto, ¿nunca te han dicho que eres
una preciosidad?
Este libro tremendo, que se lee con
tanta avidez como lástima por el desconcierto
de un clero muy mal preparado
y completamente desorientado ante
el cambio del nuevo siglo, debería llegar
lo antes posible a la mesita de noche del
papa Francisco. Tengo para mí que lo
que él quiere hacer, que es muchísimo
y trascendental, no puede conseguirse
con estos atribulados mimbres.
Pero lean ustedes el libro y fórmense
su propio criterio.Es lo mejor que se
puede hacer.

Luis Algorri. Revista TiempoEl chico tiene una cara de buena gente
que habría conmovido a una gárgola del
siglo XIII. Además, por si algo faltara, es
muy guapo, lo cual no es indispensable
pero en determinados casos –numerosos
casos– ayuda. El chico, modosito, angelical,
humilde y desde luego con una enorme
carga de sinceridad (no toda, ¿eh?,
no toda), entra en la iglesia, ve a un cura,
pone los ojos que ponía el gato con botas
de Shrek cuando trataba de partirle el corazón
a alguien, y se le acerca.
El diálogo que sigue es, muy resumidamente,
el que sigue. Perdone, padre,
necesito su ayuda. ¿Quieres confesión,
hijo mío? No, no, padre, confesión no,
lo que quiero hacerle es una consulta;
soy creyente, católico romano, estoy en
tribulación y necesito la guía de la Iglesia,
¿puede usted ayudarme? No faltaba
más, hijo mío, para eso estamos; dime,
dime, ¿qué te pasa? Pues verá, padre:
soy, como le digo, católico practicante
hasta donde me lo permite mi tiempo,
amo a Jesús, voy a misa casi cada domingo
y me siento parte comprometida
de la Iglesia, lo mismo que mi pareja.
Muy bien, muy bien, hijo mío, ¿y cuál
es el problema que te aflige? Pues que
mi pareja, el amor grande y generoso y
cristiano y comprometido con Jesús que
al fin he encontrado en esta vida, es un
chico maravilloso; por cierto, mayor que
yo. ¿Qué? ¿Qué? ¿Qué me estás diciendo?
Lo que está usted oyendo, oh padre
generoso y amantísimo, ministro del Señor;
que yo me llamo Sebastián Medina
y que el amor de mi vida se llama Ernesto,
¿qué puedo hacer para que la Iglesia
en la que ambos creemos y a la que los
dos amamos no nos expulse de su seno
como a réprobos?
Atentos a esto, por favor: todo es verdad.
Sebastián es creyente, católico romano,
practicante, y hace esa consulta
con toda sinceridad. Es profesor en un
colegio concertado (es decir, en un colegio
religioso que imparte su catequesis
con subvención del Estado) y se haenamorado de Ernesto. Mejor dicho, no
es que se haya enamorado: es que llevan
varios años juntos y ya comparte con su
chico alma para conquistarle, corazón
para quererle y vida para vivirla junto a
él, porque llevan ya largo tiempo conviviendo
en el mismo domicilio fiscal. Y
ambos, creyentes y andaluces, se sienten
ignorados, postergados, rechazados
y, en no pocos casos, perseguidos por la
Iglesia a la que los dos quieren pertenecer,
porque creen y siempre han formado
parte de ella. La consulta en busca de
una guía espiritual no puede estar, pues,
más justificada.
Sebastián Medina solo oculta, por un
(vamos a decir) cierto respeto humano,
tres cosas. La primera, que no
se llama Sebastián Medina y
que su novio tampoco se llama
Ernesto. La segunda, que está
haciendo la misma consulta
a decenas de curas de Sevilla,
Jerez, Cádiz, Orense, Torremolinos,
Alcalá de Henares, Granada,
Plasencia, Santiago de
Compostela, Vigo, Salamanca,
Cáceres, Madrid y Huelva (El
Rocío); una consulta muy larga
en el tiempo y muy variada,
como ven. Y la tercera, que está
grabando todas y cada una de las conversaciones
con los clérigos. Incluida la última,
la número 37, que se mantiene con
un perfectamente identificable arzobispo
español, que no demuestra –nada nuevo
en él– demasiadas luces.
Esto es lo que hay en un libro que dejará
memoria: ¿Quién soy yo para juzgarlos?,
publicado por Editorial Egales.
El título corresponde a la célebre y revolucionaria
frase que el papa Francisco
soltó sobre los gais en un viaje en avión,
cuando volvía a Roma desde Brasil. El
contenido no es, cuidado con esto, ni
una broma ni mucho menos un delito. Es
una espeluznante fotografía del clero español
de ahora mismo. En un tiempo de
cambio absoluto, con un Papa
decidido a sintonizar el reloj
de la Iglesia con la hora del
siglo XXI, los curas españoles
dan la sensación de estar, en
su gran mayoría, simplemente
aterrorizados. No saben qué
pasa, cómo reaccionar, qué
decir, a qué recurrir, cómo
aconsejar a alguien que llega a
verles y les hace una pregunta
tan sencilla como esta: creo en
Dios, creo en la Iglesia y estoy
seria y largamente enamorado
“vete en paz
y BuenoS DíaS”
Los curas consultados por Sebastián
Medina son de todas las edades y
de varias órdenes y congregaciones
religiosas. Los más jóvenes son más
comprensivos, pero no siempre. Los
jesuitas son más abiertos que los del
Opus Dei, pero no siempre. Y hay
respuestas así, de un octogenario de
Salamanca: “Puaf... Pues yo no sé qué
hacer, así que vamos a encomendarnos
a la Virgen y, en penitencia, un
avemaría y un acto de contrición. Si
quieres te doy la absolución. Vete en
paz y buenos días”.
de una persona de mi mismo sexo. ¿Tienen
ustedes sitio para mí?
Las respuestas son tremendas. La
más frecuente: ya se te pasará, el amor
es pasajero, es mejor que dejes a ese señor
antes de que tengas que sufrir y que
te entregues al amor de Jesús, que no te
fallará. ¿Dirían eso los curas a un chaval
que se enamora de una chica? Otra
respuesta que pone los pelos de punta:
disimula. Si tenéis sexo estáis en pecado
mortal, pero os confesáis los dos antes
de comulgar y así podéis recibir la
Eucaristía; eso lo podéis hacer cuantas
veces haga falta, les llegan a decir. Una
respuesta –hay que decir esto– esperable:
¿y cuántas veces? ¿Y cómo lo hacéis? ¿Te
lo hace él a ti o tú a él? Qué horror, qué
pecado más grande, ¿vendrás a contármelo
la próxima vez? La respuesta tristísima
de un cura nonagenario: vete a la
farmacia y pide que te den un medicamento
que hay para esto, no recuerdo
cómo se llama pero lo dan si lo pides, eso
se cura con medicinas. La inevitable: si
yo te comprendo, pero no podéis tocaros.
Si os queréis como hermanos, si fingís
una amistad aunque haya algo más,
vaya y pase. Pero si os miráis con deseo,
aunque solo sea eso, ya estáis fuera de la
Iglesia, porque pecáis de pensamiento.
Por cierto, ¿nunca te han dicho que eres
una preciosidad?
Este libro tremendo, que se lee con
tanta avidez como lástima por el desconcierto
de un clero muy mal preparado
y completamente desorientado ante
el cambio del nuevo siglo, debería llegar
lo antes posible a la mesita de noche del
papa Francisco. Tengo para mí que lo
que él quiere hacer, que es muchísimo
y trascendental, no puede conseguirse
con estos atribulados mimbres.
Pero lean ustedes el libro y fórmense
su propio criterio.enamorado de Ernesto. Mejor dicho, no
es que se haya enamorado: es que llevan
varios años juntos y ya comparte con su
chico alma para conquistarle, corazón
para quererle y vida para vivirla junto a
él, porque llevan ya largo tiempo conviviendo
en el mismo domicilio fiscal. Y
ambos, creyentes y andaluces, se sienten
ignorados, postergados, rechazados
y, en no pocos casos, perseguidos por la
Iglesia a la que los dos quieren pertenecer,
porque creen y siempre han formado
parte de ella. La consulta en busca de
una guía espiritual no puede estar, pues,
más justificada.
Sebastián Medina solo oculta, por un
(vamos a decir) cierto respeto humano,
tres cosas. La primera, que no
se llama Sebastián Medina y
que su novio tampoco se llama
Ernesto. La segunda, que está
haciendo la misma consulta
a decenas de curas de Sevilla,
Jerez, Cádiz, Orense, Torremolinos,
Alcalá de Henares, Granada,
Plasencia, Santiago de
Compostela, Vigo, Salamanca,
Cáceres, Madrid y Huelva (El
Rocío); una consulta muy larga
en el tiempo y muy variada,
como ven. Y la tercera, que está
grabando todas y cada una de las conversaciones
con los clérigos. Incluida la última,
la número 37, que se mantiene con
un perfectamente identificable arzobispo
español, que no demuestra –nada nuevo
en él– demasiadas luces.
Esto es lo que hay en un libro que dejará
memoria: ¿Quién soy yo para juzgarlos?,
publicado por Editorial Egales.
El título corresponde a la célebre y revolucionaria
frase que el papa Francisco
soltó sobre los gais en un viaje en avión,
cuando volvía a Roma desde Brasil. El
contenido no es, cuidado con esto, ni
una broma ni mucho menos un delito. Es
una espeluznante fotografía del clero español
de ahora mismo. En un tiempo de
cambio absoluto, con un Papa
decidido a sintonizar el reloj
de la Iglesia con la hora del
siglo XXI, los curas españoles
dan la sensación de estar, en
su gran mayoría, simplemente
aterrorizados. No saben qué
pasa, cómo reaccionar, qué
decir, a qué recurrir, cómo
aconsejar a alguien que llega a
verles y les hace una pregunta
tan sencilla como esta: creo en
Dios, creo en la Iglesia y estoy
seria y largamente enamorado
“vete en paz
y BuenoS DíaS”
Los curas consultados por Sebastián
Medina son de todas las edades y
de varias órdenes y congregaciones
religiosas. Los más jóvenes son más
comprensivos, pero no siempre. Los
jesuitas son más abiertos que los del
Opus Dei, pero no siempre. Y hay
respuestas así, de un octogenario de
Salamanca: “Puaf... Pues yo no sé qué
hacer, así que vamos a encomendarnos
a la Virgen y, en penitencia, un
avemaría y un acto de contrición. Si
quieres te doy la absolución. Vete en
paz y buenos días”.
de una persona de mi mismo sexo. ¿Tienen
ustedes sitio para mí?
Las respuestas son tremendas. La
más frecuente: ya se te pasará, el amor
es pasajero, es mejor que dejes a ese señor
antes de que tengas que sufrir y que
te entregues al amor de Jesús, que no te
fallará. ¿Dirían eso los curas a un chaval
que se enamora de una chica? Otra
respuesta que pone los pelos de punta:
disimula. Si tenéis sexo estáis en pecado
mortal, pero os confesáis los dos antes
de comulgar y así podéis recibir la
Eucaristía; eso lo podéis hacer cuantas
veces haga falta, les llegan a decir. Una
respuesta –hay que decir esto– esperable:
¿y cuántas veces? ¿Y cómo lo hacéis? ¿Te
lo hace él a ti o tú a él? Qué horror, qué
pecado más grande, ¿vendrás a contármelo
la próxima vez? La respuesta tristísima
de un cura nonagenario: vete a la
farmacia y pide que te den un medicamento
que hay para esto, no recuerdo
cómo se llama pero lo dan si lo pides, eso
se cura con medicinas. La inevitable: si
yo te comprendo, pero no podéis tocaros.
Si os queréis como hermanos, si fingís
una amistad aunque haya algo más,
vaya y pase. Pero si os miráis con deseo,
aunque solo sea eso, ya estáis fuera de la
Iglesia, porque pecáis de pensamiento.
Por cierto, ¿nunca te han dicho que eres
una preciosidad?
Este libro tremendo, que se lee con
tanta avidez como lástima por el desconcierto
de un clero muy mal preparado
y completamente desorientado ante
el cambio del nuevo siglo, debería llegar
lo antes posible a la mesita de noche del
papa Francisco. Tengo para mí que lo
que él quiere hacer, que es muchísimo
y trascendental, no puede conseguirse
con estos atribulados mimbres.
Pero lean ustedes el libro y fórmense
su propio criterio.enamorado de Ernesto. Mejor dicho, no
es que se haya enamorado: es que llevan
varios años juntos y ya comparte con su
chico alma para conquistarle, corazón
para quererle y vida para vivirla junto a
él, porque llevan ya largo tiempo conviviendo
en el mismo domicilio fiscal. Y
ambos, creyentes y andaluces, se sienten
ignorados, postergados, rechazados
y, en no pocos casos, perseguidos por la
Iglesia a la que los dos quieren pertenecer,
porque creen y siempre han formado
parte de ella. La consulta en busca de
una guía espiritual no puede estar, pues,
más justificada.
Sebastián Medina solo oculta, por un
(vamos a decir) cierto respeto humano,
tres cosas. La primera, que no
se llama Sebastián Medina y
que su novio tampoco se llama
Ernesto. La segunda, que está
haciendo la misma consulta
a decenas de curas de Sevilla,
Jerez, Cádiz, Orense, Torremolinos,
Alcalá de Henares, Granada,
Plasencia, Santiago de
Compostela, Vigo, Salamanca,
Cáceres, Madrid y Huelva (El
Rocío); una consulta muy larga
en el tiempo y muy variada,
como ven. Y la tercera, que está
grabando todas y cada una de las conversaciones
con los clérigos. Incluida la última,
la número 37, que se mantiene con
un perfectamente identificable arzobispo
español, que no demuestra –nada nuevo
en él– demasiadas luces.
Esto es lo que hay en un libro que dejará
memoria: ¿Quién soy yo para juzgarlos?,
publicado por Editorial Egales.
El título corresponde a la célebre y revolucionaria
frase que el papa Francisco
soltó sobre los gais en un viaje en avión,
cuando volvía a Roma desde Brasil. El
contenido no es, cuidado con esto, ni
una broma ni mucho menos un delito. Es
una espeluznante fotografía del clero español
de ahora mismo. En un tiempo de
cambio absoluto, con un Papa
decidido a sintonizar el reloj
de la Iglesia con la hora del
siglo XXI, los curas españoles
dan la sensación de estar, en
su gran mayoría, simplemente
aterrorizados. No saben qué
pasa, cómo reaccionar, qué
decir, a qué recurrir, cómo
aconsejar a alguien que llega a
verles y les hace una pregunta
tan sencilla como esta: creo en
Dios, creo en la Iglesia y estoy
seria y largamente enamorado
“vete en paz
y BuenoS DíaS”
Los curas consultados por Sebastián
Medina son de todas las edades y
de varias órdenes y congregaciones
religiosas. Los más jóvenes son más
comprensivos, pero no siempre. Los
jesuitas son más abiertos que los del
Opus Dei, pero no siempre. Y hay
respuestas así, de un octogenario de
Salamanca: “Puaf... Pues yo no sé qué
hacer, así que vamos a encomendarnos
a la Virgen y, en penitencia, un
avemaría y un acto de contrición. Si
quieres te doy la absolución. Vete en
paz y buenos días”.
de una persona de mi mismo sexo. ¿Tienen
ustedes sitio para mí?
Las respuestas son tremendas. La
más frecuente: ya se te pasará, el amor
es pasajero, es mejor que dejes a ese señor
antes de que tengas que sufrir y que
te entregues al amor de Jesús, que no te
fallará. ¿Dirían eso los curas a un chaval
que se enamora de una chica? Otra
respuesta que pone los pelos de punta:
disimula. Si tenéis sexo estáis en pecado
mortal, pero os confesáis los dos antes
de comulgar y así podéis recibir la
Eucaristía; eso lo podéis hacer cuantas
veces haga falta, les llegan a decir. Una
respuesta –hay que decir esto– esperable:
¿y cuántas veces? ¿Y cómo lo hacéis? ¿Te
lo hace él a ti o tú a él? Qué horror, qué
pecado más grande, ¿vendrás a contármelo
la próxima vez? La respuesta tristísima
de un cura nonagenario: vete a la
farmacia y pide que te den un medicamento
que hay para esto, no recuerdo
cómo se llama pero lo dan si lo pides, eso
se cura con medicinas. La inevitable: si
yo te comprendo, pero no podéis tocaros.
Si os queréis como hermanos, si fingís
una amistad aunque haya algo más,
vaya y pase. Pero si os miráis con deseo,
aunque solo sea eso, ya estáis fuera de la
Iglesia, porque pecáis de pensamiento.
Por cierto, ¿nunca te han dicho que eres
una preciosidad?
Este libro tremendo, que se lee con
tanta avidez como lástima por el desconcierto
de un clero muy mal preparado
y completamente desorientado ante
el cambio del nuevo siglo, debería llegar
lo antes posible a la mesita de noche del
papa Francisco. Tengo para mí que lo
que él quiere hacer, que es muchísimo
y trascendental, no puede conseguirse
con estos atribulados mimbres.
Pero lean ustedes el libro y fórmense
su propio criterio.Es lo mejor que se
puede hacer.

Luis Algorri. Revista Tiempo