Entonces, ¿existe la literatura gay?

Dom 25 May 2014

Por Jaime Pérez Vera para Intemperie. La discusión sobre la diversidad sexual y el respeto a las minorías también llega a la literatura y aquí Jaime Pérez se pregunta si es posible definir un género asociado al tema y cómo se podría hacer.


Entonces, ¿existe la literatura gay?

Escribir sobre literatura gay es un problema. La carga semántica que tiene el término gay en inglés –relativo a la felicidad, extroversión, incluso promiscuidad- y el consecuente aburguesamiento que implica autodenominarse gay, ha provocado que muchos prefieran utilizar otros adjetivos. Por otro lado, los componentes de una literatura propiamente gay son difusos: ¿la literatura es gay por autores gay o por sus temáticas? ¿por sus personajes exclusivamente gay? ¿y si junto con ellos hay personajes heterosexuales? ¿la literatura gay es la contraparte de una literatura heterosexual? ¿cuál es, en definitiva, el criterio que separa este tipo de literatura de otras? Y dado lo anterior, entonces, ¿existe la literatura gay?


El problema es que, a pesar de encontrar homoerotismo en los poemas de Safo e incluso en el poema de Gilgamesh y poder hacer un recorrido de manifestaciones de la homosexualidad en la literatura –y en el arte en general- desde la Antigüedad hasta hoy, la homosexualidad tal como la vivimos en la actualidad, es una práctica contemporánea. Por lo tanto, el concepto literatura gay ¿definiría una manera contemporánea de representación literaria de la homosexualidad en un momento específico de la historia desde mediados del Siglo XX hasta la actualidad?


Y es que, a pesar de la existencia de obras compilatorias que hacen la Historia de la literatura gay, como por ejemplo la de Gregory Woods, existe una seria la obligación de explicar constantementelas prácticas homosexuales en los distintos momentos de la historia antes de hablar de las obras. En la Antología de la poesía homosexual y cósmica de Shakespeare, el extenso prólogo explica sus condiciones históricas particulares: la imposibilidad de pensar una vida homosexual en la sociedad isabelina que la convierte en una práctica privada y oculta dada la condena del puritanismo. Lo que da paso a la tesis principal: presencia de arquetipos homoeróticos en las piezas líricas y dramáticas de Shakespeare que hacen pensar en un autor secretamente homosexual que ha plasmado tales pulsiones en su obra.


Cada tiempo ha tenido su propia forma de realización de las sexualidades y, con ello, sus propias literaturas, por lo tanto plantear el concepto literatura gay como el único capaz de explicar un fenómeno artístico anclado con otros fenómenos de corte social y sexual que han ido variando históricamente, podría ser un grave error.


Por su parte, las obras literarias han sido examinadas desde distintos puntos de vista,desde la teoría del género: el feminismo es un gran ejemplo, la teoría Queer, los estudios LGBT, la teoría gay propiamente tal, pero aun así, la literatura siempre escapa a cualquier teorización que intente implantar un modelo exclusivo para su lectura. Lo que sucede es que no se puede agrupar una obra de compromiso social y político, militante con la causa de las minorías, con otras que no presentan este tema como una problemática sino más bien con la intención de pertenecer al gran canon literario sin tener que explicar mayormente la homosexualidad como una encrucijada. O también intentar homogenizar a los autores que no recogen su propia sexualidad como parte de los temas centrales o exclusivos de su obra –como Federico García Lorca- versus los que sí la recogen –como Jean Genet–.


¿Cómo agrupamos entonces, bajo un solo concepto –un canon Queer podríamos decir–, a representantes tan diversos como los europeos, Oscar Wilde, Marcel Proust, Jean Genet, Roger Peyrefitte, Marguerite Yourcenar, Allan Hollinghurst, Federico García Lorca?¿O en América el estadounidense David Leavitt, el argentino Manuel Puig, el cubano Reinaldo Arenas o el brasileño Adolfo Caminha?¿Y en el caso chileno las disímiles escrituras de Gabriela Mistral, Pedro Lemebel o Jorge Marchant?


Por su parte, el mercado editorial se ha divido en dos; una industria editorial exclusivamente gay encargada de difundir este tipo de obras -Egales y Odisea- y en paralelo, editoriales tradicionales que han visto en la temática gay un nicho en constante ampliación –Anagrama- . El problema, desde el punto de vista de la clasificación, es que las estanterías de las editoriales se completan con listas de literatura de género, pero no consideran las especificidades de las obras.Esto se entiende a nivel comercial puesto que es sólo un intento de ordenación para la venta, pero en realidad ¿cómo podemos agrupar con un criterio homogéneo obras como En busca del tiempo perdido, De profundis, El milagro de la rosa, La estrella de la guarda, Memorias de Adriano, La mano izquierda de la oscuridad, Antes que anochezca, Venus en Buenos Aires, El beso de la mujer araña, Tengo miedo torero o Sangre como la mía?


Tal vez, una solución a este problema sea utilizar el término Literatura de temática homosexual, principalmente porque centra la mirada en el universo ficcional creado por la obra literaria, obligando a clasificarla en base a su contenido por sobre la aplicación forzosa de alguna teoría, corriente, generación, o bien, la misma condición sexual de su autor. Junto con permitir agrupar las obras de contenido lésbico ya que son muchos los que se refieren a lo gay como la homosexualidad masculina. Pero también, alguien podría destrozar esta propuesta haciendo la pregunta ¿pero cuáles son las temáticas propias y exclusivamente homosexuales? Y es aquí donde se requiere una proposición más específica en la que los estudios literarios debiesen volver a las obras y hacer una propuesta que defina y clasifique este tipo de literatura como uno de sus géneros históricos.


Finalmente, dada la multiplicidad de problemáticas en torno al concepto, la pregunta por la existencia de una literatura gay, adquiere ribetes de suma complejidad que requieren de una discusión extensa en la que repensemos nuestras obras literarias, pero más profundamente, en cómo actuamos frente a la diferencia y a la multiplicidad de manifestaciones y realizaciones de la sexualidad presentes en la sociedad que son susceptibles, en último término, de ser objeto de arte.


Foto: Gabriela Mistral y Doris Dana, La Tercera.